31 oct 2015

El modelo de consumo vive de las falsificaciones

Si no te copian, decía Coco Chanel, es porque no has logrado el éxito en el mundo de la moda. Las grandes marcas, sin embargo, aseguran que la copia es uno de los mayores males del sector, que dice gastar enormes cantidades en la lucha contra las falsificaciones y financia informes explicando que los productos de imitación reducen sus beneficios, los ingresos en las arcas públicas y el empleo. LVMH, el imperio francés del lujo, cuenta con un departamento especializado en Propiedad Intelectual integrado por 250 agentes, investigadores y abogados dedicados a perseguir sus falsificaciones.
Es cierto que las grandes marcas de moda, sobre todo las de los productos de lujo, prometen una exclusividad que la copia ataca, pero también es verdad que sólo hablan de la parte del fenómeno que les interesa, las falsificaciones del llamado “mercado negro”. La Agencia Tributaria española intervino el año pasado más de tres millones de productos falsificados y, aunque el textil, los juguetes y los complementos de moda suponen prácticamente la mitad de lo intervenido, la elasticidad de la copia llega a todo lo imaginable: se calcula que el 40% de las obras de arte que se venden son falsificaciones y en el mundo circularían unos cien millones de réplicas del famoso rifle de asalto AK-47. La falsificación es la primera causa de fraude en el pago con tarjeta en España y hace unas semanas la Policía judicial incautó en una nave industrial de Fuenlabrada más de 5.000 carritos de la compra que imitaban a los de la marca más conocida. Todas las fases del consumo, desde el sistema de pago hasta el traslado de la compra en un carrito, se han visto afectadas por las falsificaciones.
Un reciente informe de Europol y la Oficina por la Armonización del Mercado Interior señala que los casos de falsificaciones en la UE se han multiplicado por diez en la última década, pero también admiten desconocer “la escala y alcance exactos del negocio, aunque probablemente podemos dar por hecho que la realidad supera todas las estimaciones y previsiones”. El 73% de estos productos vendría de China, principal representante del potencial productivo de los países emergentes, basado ya no sólo en la mano de obra barata, sino en la conjunción de ésta con grandes inversiones tecnológicas. Pero, además, China es símbolo de las curiosas contradicciones que rodean al mundo de la copia en el terreno del consumo.
Aunque los chinos se encuentran entre los mayores compradores mundiales de productos de lujo, el 70% de este consumo lo hacen en otros países. Especialistas en todo lo que pueda ser fabricado y producido, son los primeros que siguen la religión de la exclusividad y exigen que lo que adquieren sea algo más que un producto. Lo interesante es que muchos de los artículos que compran en sus vacaciones en Europa han sido producidos en China o en los cientos de puntos calientes de la fabricación desregulada. De esas otras “falsificaciones”, las marcas prefieren no hablar.

Puertos francos

La propia Europol reconoce la existencia de un enrevesado mercado de productos legales y no legales que se apoya en 3.000 zonas de libre comercio de 135 países, incluidas 82 en la Unión Europea: “Los puertos francos se utilizan cada vez con mayor frecuencia como lugares de cambio, documentación y reetiquetado de las cargas de los contenedores, de modo que en ellas no sólo se oculta el lugar de origen de los productos, sino que también se completa el proceso de fabricación añadiendo las marcas o los envases”, señala el informe.
Hace unos meses, la firma francesa Chanel decidía bajar hasta un 20% el precio de varios de sus productos de lujo en sus tiendas de China. De nuevo la justificación de este ataque a la exclusividad eran las falsificaciones y los mercados paralelos de reventa, pero desde la perspectiva del consumidor, Chanel sabe que el problema es todavía más sencillo: cómo justificar que vale la pena gastarse miles de dólares por un producto que puedes fácilmente conseguir, aparentemente idéntico, por veinte o treinta. Las familias chinas adineradas, como ha ido ocurriendo en otras partes del mundo, piden ahora una exclusividad que no se pueda resolver en el plano de la producción, sino en el de la experiencia.

Un instante de lo real

Las falsificaciones son, al fin y al cabo, la expresión de una creciente aspiración por ser y proyectar exclusividad, en un contexto productivo basado, sin embargo, en la estandarización. Son las propias marcas las que, con el objetivo de crecer y extenderse a distintos segmentos, han terminado por caer en el modelo de la producción globalizada y crear un mercado del lujo “accesible” como forma de mantener su bandera aspiracional ante la clase media mundial. Como resultado, las grandes marcas producen en aquellos países a los que luego denuncian por realizar copias de sus productos.
Por tanto, ¿y si las falsificaciones, en vez de ser una molesta excepción exagerada por las grandes marcas, supusieran la mejor descripción del actual modelo de consumo? Al fin y al cabo, muchas de las grandes marcas de alimentación elaboran productos de marca blanca, imitaciones de bajo coste de las que prefieren no hablar. Pero, además, las marcas de este sector basan su proyección comercial en un imaginario que, por defecto, hace referencia a la fabricación tradicional y personalizada, escondiendo esa estandarización productiva que realmente las caracteriza. También otros sectores, como el del automóvil o el de la energía, dicen ser representantes del impacto medioambiental cero, y las empresas de telecomunicaciones insisten en ser la base esencial de la cercanía entre las personas.
Al final, como ocurre en muchos ámbitos de la producción física o intelectual, el problema de la copia se dirime, sobre todo, en su legitimidad legal. Sólo así es posible que un modelo de consumo basado en la copia, las imitaciones y las falsificaciones parezca, incluso, real.
https://www.diagonalperiodico.net/saberes/28109-la-copia-define-modelo-consumo.html


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